Bajo
por la rampa de la vía 3, esta vez, destino Lleida. Estoy en un estado
relajado y risueño. No he madrugado demasiado, orgullosa del modelo elegido para la
reunión, el resultado final de mi pelo y disfrutando de la corriente de aire
fresco que siempre recorre Atocha.
Justo
antes de finalizar la rampa veo a una pareja con grandes maletas y bolsas
gigantes, de estas con ruedas, que suele llevar la gente extranjera cuando
llevan cosas a sus países, o intercambian géneros entre tiendas. Pues las
ruedas de uno de esos mega-bolsos, se atascaron al final de la rampa y, mientras
el chico tiraba con fuerza para hacerse con él, la rampa continuaba el
movimiento y yo con ella, de modo que me iba a chocar con el enorme bulto y ya
solté con notable cabreo hacia el lento latino “joder, por favor, quitad eso”,
mientras consiguió arrastrarlo nuevamente. Así que, no hubo mayor incidente ni fallecidos.
Me
dirigí a mi vagón, el 6, y ellos caminaban a mi lado.
Ella
muy jovencita y pequeña. No podría asegurar que fuera la hija o la esposa
del hombre, que era muy corpulento (vamos, gordo). Igual parecía el padre por
ser gordo; de todos es sabido que la gordura, te echa años encima en la
apariencia. Ambos llevaban gafas, se notaba que eran antiguas, de muchos años y
pasadas de moda. Y luego me seguí fijando en la ropa. También algo “pasada”.
Él
llevaba dos bultos que, movía con mucha dificultad. Después de unos pasos,
intercambió uno de ellos, con ella que, acabó arrastrando con las diminutas
ruedas. Apenas podían controlar y mover todos los bultos que llevaban.
Yo los
miraba y mientras miraba sus gafas, su ropa, sus esfuerzos… Me avergoncé de mí
misma y del egoísmo y ego que solo nos lleva a pensar en nuestro puto bienestar
en esta super-sociedad. También me avergoncé por todos los demás yupies que
iban luciendo sus maletines y móviles de última generación, sin ni siquiera
mirarlos. Esperaba que algún varón, con brazos musculados, modelados en los
modernos aparatos de los gimnasios de moda, se dignaran a colaborar. Pero no.
Sentí
deseos de ayudarles durante toda la vida, casi como si mis pensamientos
anteriores en la rampa, hubiesen generado una deuda vitalicia con ellos. Fui
hacia la chica y le dije,
- "Te ayudo, lo llevamos entre las dos" - y tomé un asa del bolsón negro. - ¿En qué coche estáis?
- Ay muchas gracias, en el 7 - sonrió
- Ah pues vamos juntas, yo estoy en el 6. - ¿hasta dónde vais?
- A Barcelona
Cuando llegamos a la puerta, yo subí antes
que ella, apoyé el maletín de mi portátil y tiré con fuerza para subir la
maleta, mientras ella lo empujaba desde abajo, en el andén.
-
“Buen viaje”, les dije, con toda la sinceridad y autenticidad que pude
reunir.
Realmente
me sentí bien porque, por una vez....otra vez....esta vez.... había conseguido
desmontar a mi ego. Pasé de pensar solo en mi bienestar y en no sufrir daños en
mis medias, a sentir su sufrimiento, pobreza, malestar, incomprensión.
Me
alivian esos momentos en que soy consciente de esos esquemas del ego, cuando logro hacer una re-interpretación y modificar mis actos. Sin embargo, tengo la
inevitable sensación de que en tantas y tantas ocasiones no puedo, no podemos
darnos cuenta. Nos es imposible descodificar la verdadera señal y solo nos llegan los
mensajes distorsionados.
Pero, al menos, con una vez, con cada vez que la vida se nos demuestra o podemos verla como tal, en ese instante, hemos conseguido la inmortalidad.