AVE MADRID – BARCELONA, salida a las 16:30. Son las 16:00
horas y anuncian la vía. Me dirijo rápidamente. Solo unas 8-10 personas van antes
que yo.
En todo el tren, hay un asiento que tiene un enchufe debajo.
Solo uno, en uno solo de los coches. En clase turista. En preferente lo hay en
todos los asientos. Pero en tiempos de crisis, toca clase turista. Como sé el
asiento (que no lo diré) lo pido siempre en la agencia. Estaba libre y me lo
dieron. Hasta ahí, perfecto. Pero puede que alguna de las 10 personas que van
delante de mí, esté en el asiento de mi lado o en el de atrás, que también
tienen acceso al enchufe.
Camino ligera, voy pensando que es imposible que se me
hayan adelantado. Subo los escalones, casi me caigo entre la aceleración, la
maleta, el bolso y el maletín del portátil. Y oh, Dios, qué imagen tan horrible.
Una chica está abriendo su maletín para extraer su portátil. Está de espaldas.¿Conexiones neuronales, para qué os quiero?. Si saco el portátil no me da tiempo, pero una
maravillosa visión me viene: el cargador está encima de todo. Abro la
cremallera a ocho mil por segundo,
me pongo delante del enchufe, saco el cargador y, mientras la otra se está
incorporando con el portátil de la mano, lo incrusto en el enchufe. YA ESTÁ..
El cable solamente.. Disimuladamente, me dispongo a sacar el portátil
con tranquilidad mientras veo por el rabillo del ojo a la otra chica que parece
desolada. No se mueve durante unos instantes, como si le hubiera dado un aire.
Después cae casi desmayada al asiento de atrás. Parece que se preguntara de
dónde había salido yo y cómo había podido adelantarme. No puedo mirarla a la cara.
No puedo. Por un lado, siento el orgullo de haberla ganado pero, por otro, casi
me siento mal. De la supervivencia a la maldad no hay más que un paso. Mientras
coloco la maleta y el maletín, ella sigue mirando ese cable colgando con las
clavijas metiditas en su objeto de deseo. Como si ahí estuviera el misterio de
la vida, al que ella no ha podido acceder. La veo realmente mal y pienso que
igual necesitaba hacer algo de vida o muerte con el ordenador. Sigo sin mirarla
a la cara. Si la miro, acabaré diciendo que si lo necesita, lo use ella y hasta
la invitaré a la merienda. Finalmente, no cedo. Coloco bien todas mis cosas,
meto la clavija del cable colgante en el ordenador, extiendo la bandeja y me
siento.
No cedí porque precisamente tengo que hacer ejercicios de
maldad. Me lo ha recomendado mi coach. En el trabajo nos hicieron un curso de
habilidades directivas y teníamos que cumplimentar un test. Además de salirme
el perfil de directora-reformadora (a ver si mi jefe me sube el sueldo), me
recomendaba que no permitiera que se aprovecharan de mi bondad, que podía
generarme estrés. Así que simplemente pensaré en la selección natural. Solo los más
fuertes y más rápidos sobreviven. La chica se pasó todo el viaje dormida y yo
cumplí con mis ejercicios espirituales.