martes, 22 de noviembre de 2011

G H I

Esta tarde voy al fisio, bueno a la fisio. Lo de matización no es fetichismo de bollo. Me la han recomendado. Ana, delgadita, rubia, con unos “dedos finitos pero que te taladran”. En fin, lo de deditos que atraviesan, taladran… Me lo dijo una compañera de trabajo hetero y para ella no tendrá connotaciones especiales. Como cuando me fui a Burgos con mi novia y me preguntó que qué tal morcillona  (ella no sabe nada…).
Tengo súper-jodidas las cervicales. Puto ordenador y puto jefe. La posturita con el portátil me está llenando de nudos; y la tensión y el estrés de mi jefe me los ponen durísimos. Los nudos, no los pechos.  
Así que a ver si esos deditos me ablandan un poco los pedruscos. Creo que la sesión será algo dolorosa, de apretar y estrujar. Aún así intentaré contener mis jadeos y suspiritos. Y es que tengo el punto G en la espalda. Ahí, a la vista de todos. Cuando me tocan la espalda parece que estoy doblando una peli porno. Y no es fingido o sobreactuado. Es que me produce un inmenso placer. Sin duda, más placer que al resto de la gente. A veces, en verano, si llevo camisetas con la espalda descubierta y me rozan sin querer, como en el metro, con la puntita de la hoja de un periódico, me estremezco brutalmente; arqueo totalmente la columna vertebral, todo el vello se me eriza y emito un gritito, ay.  Ay…AHÍ.
Luego tengo el punto H, que ya no está tan a la vista. Este no suena, salvo en castellano antiguo. Háblame en castellano antiguo, amor.

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