martes, 12 de octubre de 2010

Alien

Recuerdo la primera vez que sentí el DOLOR. Tendría ¿3, 4, 5 años?. Era septiembre y estaba con mis padres en las ferias. Creo que iba comiendo un algodón de azúcar. Fue al ver a un mendigo. En un esquema mental infantil, supongo que ese dolor fue provocado por el contraste entre la "alegría" del ambiente de ferias y la "tristeza" de ver alguien sufriendo. El dedito del dolor había hurgado por primera vez en mi esternón. O, al menos, la primera vez que puedo recordar. Recuerdo, desde muy pequeña, momentos con mi dolor. Y, ni siquiera, era por cosas mías o de mi familia. Era por causas externas: ver a pobres, minusválidos... Es verdad, que siempre he tenido una vena solidaria. Estudié Trabajo Social porque quería irme de cooperante al fin del mundo y solucionar lo del hambre en el mundo. Diseñé un proyecto social en el que, desde un punto de vista teórico, era posible. Como todo es posible, desde lo teórico.

Después de esas experiencias infantiles con el DOLOR por el sufrimiento ajeno, llegó el dolor existencial. Cuánto me costó convivir con éste. Pensaba que leyendo a todos los filósofos y psicólogos lograría tener alguna pista de qué coño hacemos aquí. Cómo hemos llegado y por qué tenemos que irnos. No fue así, pero obtuve mayor consciencia de mis actos, de las cosas que me sucedían y lo que sentía.

Luego el DOLOR del amor.......................

Más tarde, el dolor de, "sabiendo todo lo que sé. habiendo vivido ya tantos dolores". ¿Ahora qué? El paso de un día igual al anterior. Ese goteo insustancial que supone el paso de la vida. La rutina no da el DOLOR, lo calma. Puta droga.

Puede que mis épocas con más dolor, hayan sido más prolíficas y activas. En las que más he aprendido y experimentado. Puede que ese agujero en el esternón no sea más que un resquicio por el que el alma avisa. Puede que sea lo único que nos diferencie de los animales. El único punto humano.

O, tal vez, sea solamente una boca caprichosa que se queja cuando la vida no es como queremos. Por ese metemos rutina. Así no hay sobresaltos. No hay contradicciones que alteren al dispositivo. No hay riesgos que lo despierten. Todo está bien. Bien jodido.

En fin, recuerdo que, de pequeña, sentía muchas más veces el dolor en otoño. Hoy lo he sentido. Es otoño.

Tal vez, echaba de menos a alguien.

Tal vez, vi a alguien que sufría.

Tal vez, hoy no lo calmaba la rutina de mi vida.

Tal vez, sabiendo tanto, no entiendo nada.

Tal vez, soy solar, odio el frío y la oscuridad.  

Tal vez, tengo miedo de dar algún paso.

Tal vez, sentía esa soledad ante el universo que no logra llenar nada ni nadie.

Tal vez, la culpabilidad de una conducta que no debí.

Tal vez, quería cambiar lo sucedido.

Tal vez, no lo sé y no lo sabré nunca.

1 comentario:

  1. Como te gusta la Filosofía, filosemos, amiga Platona. (Me vuelvo a colar en tu blog)

    Demuestras ser tan sensible..….en fin, pero yo, que por el contrario tiendo mucho a la praxis, me voy a permitir un enfoque distinto y que me sirve para comprender el dolor e intentar superarlo?
    El dolor hay que anestesiarlo cuanto antes, transformarlo y en situaciones límites erradicarlo urgentemente. Ya que sólo soy una persona, lo enfocaré dentro de mis medidas.
    Sentir dolor es un imprescindible en nuestra cultura judeo-cristiana. Somos “católicas” y eso nos convierte en unas perennes pecadoras. Claro, la intransigencia también genera dolor, a mí bastante dolor. Las injusticias con los débiles, sí, me producen dolor, como la discriminación, la desubicación y demás des…..
    Desde pequeñas nos dicen NO! a muchas cosas y nos llaman pecadoras (again) de una forma tan gratuita que me da la risa. Según crecemos, vamos siendo o somos más conscientes del dolor y eso pasa porque desarrollamos la capacidad de sentir, pensar y aprehender totalmente. Empezamos a sentir de una forma continua y empírica. Sufrir es extenuante.
    Ya sabemos que vivir duele, pero también sabemos que cicatriza y sana (sólo en los casos más extremos se muere de dolor y ésos no ocupan este pequeño espacio)
    El miedo, las dudas, lo que supone existir, la soledad……. también duelen, es verdad…..
    Pero entre tanta oscuridad y gotismo, hay siempre una ventana escondida tras una cortina tupida de terciopelo. Yo correría las cortinas y tras ellas el cristal que me conduciría a la claridad, a la ceguera momentánea, quizás. Para volver de las tinieblas hay que ir bien pertrechadas, hay que llevar puestas las gafas de sol, por ejemplo. El dolor siempre vive en sótanos. Pero esa luz te está llamando para llenarte de vida y oxígeno.
    La vida pesa y si no es muy divertida, ¿no habrá que divertir a la vida?
    Por lo tanto, propongo abrir las ventanas, sonreír a la vida cuando las abramos por las mañanas o tardes o noches y pensar que somos las más guays del mundo!!!!!!!!!!!!
    Respira hondo.

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