martes, 19 de octubre de 2010

Cuatro o cinco en un burro

Tengo gafas desde los tres años. Cuando me graduaron, un señor muy majo me preguntaba que para qué lado estaban los palitos de la letra “E”, si para la derecha, para la izquierda, arriba o abajo. Yo, con tres años, sabía lo de arriba y abajo. Pero lo de la izquierda y la derecha no lo dominaba; aún tengo que pensar cuando hablo de derecha e izquierda (derecha con la que escribo, pienso…). Así que, cuando el oculista me preguntaba “a qué ladito estás los palitos, a la derecha o a la izquierda??”. Yo decía lo que me daba la gana. Resultado: con tres años me pusieron una graduación que pa qué. Nueve dioptrías.. Qué disgusto de mis padres.. Y yo llevé esa graduación de 9 dioptrías con tres-cuatro años, cuando en realidad tengo dos. No sé ni cómo aprendí a leer. Supongo que eso me tuvo que afectar en el modo en qué empecé a ver el mundo y en cómo me relacionaba con los otros niños. Joer, si ahora me pongo unas gafas de alguien es un horror; y, a lo mejor sólo hay una dioptría de diferencia. Pues una pobrecita niña con toda la vida por delante, con tal ceguera. Me caía mucho, eso sí. Siempre, con los codos y las rodillas ensangrentadas. Este oculista, incluso llegó a plantear a mis padres que me tendrían que operar. Entonces, quisieron una segunda opinión y me llevaron a otro oftalmólogo. Este tenía otro método para graduar; no me preguntaba lo de derecha e izquierda, sino con dibujitos y colorines. Qué guay; este me sacó 4 dioptrías. Cinco menos que el otro. Qué alivió para mis padres. Me cambiaron la graduación y ya no me tenían que operar. Mis padres pusieron una denuncia al primero y mi madre fue a visitarle a la consulta y, delante de toda la clientela le dijo de todo, menos guapo. En realidad, él me había graduado bien. Fueron mis respuestas a lo de derecha-izquierda, las erróneas. Yo cavé mi propia tumba a la ceguera por mi ignorancia. Pero es que es mucho pedir a una pobrecita niña. Tenía que haber tenido un método de graduación apropiado para niños.

A los quince años ya me puse lentillas. Menos mal que pasé mi tiempo de instituto y de universidad sin gafas. Nunca me ha gustado llevar gafas. Me siento menos yo. Menos guapa. Me cuesta más comunicarme. En definitiva, llevar unos cristales en toda la cara pues no deja de ser algo artificial y molesto para el yo social.

En fin, que a lo largo de todos estos años, he pasado por multitud de oculistas, diferentes graduaciones y los más variados modelos de gafas y lentillas. Y ya me queda poco para tener la vista cansada. Aunque la mía, ha estado cansada siempre. Así que, me conformaré con ver el vaso, sin entrar en detalles sin importancia sobre qué cantidad de líquido contiene.

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