lunes, 4 de octubre de 2010

Caroline

Hace unos días, estaba en la cocina con mi compi-amigo-hermano, Fer. Una mariposa se había colado y estábamos intentando que se saliera por la puerta de la terraza. Somos chicos espirituales y no matamos a los bichos a no ser que no sea necesario o en defensa propia (en mi caso, suele pesar más la defensa propia que la espiritualidad). Él se empeñaba, con un trapo, en empujar el aire alrededor de la mariposa en dirección a la calle. Pero la mariposa no se enteraba. Yo después, de dar unos grititos y quitarme la zapatilla para dejar la obra para la posteridad, acabé cogiendo cariño a la bonica mariposilla. Y acompañaba a Fer en sus movimientos aerodínamicos persuasivos mariposiles. Pero nada.

Después de un largo rato revoloteando por la cocina, vimos como se metía entre el tubo fluorescente y el cristal que lo cubre. Vaya. Se acabó. Suicidio.

Yo, ingenua de mí (nunca me entero muy bien de las cosas más obvias) pregunté a Fer si saldría. "Qué dices" me respondió.

- "Ahí se mueren. Mira hay muchas más que están ahí muertas". (umm, no sabía que tuviéramos un criadero de cadáveres tan cerca.. deberíamos limpiar las lámparas de vez en cuando)

Y siguiendo, nuestros diálogos absurdos, yo seguí:
- y por qué van ahí si se mueren todas?
- porque van a la luz
- pues qué estúpidas, por qué van a la luz??
- ahí van todas...
- van a su muerte...todas.

No pienso ir a ninguna luz en ningún túnel jamás. No me jodas..

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