viernes, 24 de septiembre de 2010

Ejecutiva zen

Rapidito, que estoy en el trabajo.

En Avenida de América, los abuelos y el Adagio de Albinoni. Lo sabía. Sabía que estaba al caer. Ayyyy, el Adagio..

Llevo mi super maleta porque me voy a mi ciudad a hacer el curso del I Ching todo el fin de semana. Entro en la oficina y me dicen, qué llevas. Drogas duras y juguetes de perversión que llevo a Matalascañas , me dan ganas de decir. Pues llevo un cojín (mi cojín verde pistacho de hacer yoga), mi ropa zen y el pedazo de tocho del libro de las mutaciones. Y encima, aprovecho el viaje para llevar a casa de mis padres ropa que casi no me pongo y algunos libros antiguos para que pueda ir poniendo otros nuevos en mis estanterías (ya se sabe, hay que quitar las cosas viejas, inservibles...hay que hacer hueco para que puedan entrar cosas nuevas)

No sé por qué hago el curso en mi ciudad. Quería hacer cursos en Madrid para conocer a gente afín a mis gustos y ahondar… Ahora que conozca a una mega mujer en mi ciudad y tenga que pensar si vuelvo. Seguro que no.

Mi ropa zen. Pantalones negros, cintura baja, pata ancha, vaporosos, etéreos, para que parezca que, en vez de andar,  levitas, flotas (unos hasta los tobillos y otros por debajo de la rodilla). Camiseta negra de tirantes: una a lo Marlon Brando y la otra de licra y tirante fino para llevar sin sujetador. El color zen por excelencia es el negro. Y el blanco, aunque en menor medida. Blanco y negro, yin y yang, simple, minimalista. Con la ropa zen me veo potentísima, tengo un puntazo. Los trajes me quedan muy bien, la verdad. Pero si fuera a una demo con mi  ropa zen, además del contrato, me llevaría algún polvo. La ejecutiva zen.

En fin, a ver qué tal el curso…

5 comentarios:

  1. Avenida de América es una vieja amiga o enemiga, depende de para qué. Se me han venido recuerdos a la memoria de cuando yo frecuentaba esa estación de metro, que más se parece a un submundo donde todos cabemos. Cada una a lo suyo: a su casa, a coger un autobús, al trabajo, a la felicidad, a la ruina. Se ven demasiados corazones en esas caras que parecen haber adquirido el tono amarillento de los fluorescentes que lo iluminan con creces.
    Los pasillos interminables de Avda. de América abren los brazos a cualquiera que pueda mostrar su arte, por malo que sea y mi favorito era un chico negro, con pinta de jamaicano quizás, que versionaba a Tracy Chapman, a Stevie Wonder a muchos cantantes conocidos.
    Alguna vez le eché una moneda y él me dio las gracias con una sonrisa enorme a lo Louis Armstrong. Un tío muy agradecido, tocando su piano a pilas y dándolo todo por el vil metal.
    Cuántas veces he fantaseado con la idea de contratarle y pagarle una buena minuta. Sólo mis recuerdos lo saben. Imaginaba que el bolo sería en mi casa, él tocaría para mi fiesta y el equipo de sonido sería grandioso, como debe ser su corazón.
    Me gustan los artistas, no todos, que conste, pero él sí que me gustaba mucho más, que un tipo que tocaba un acordeón casi más grande que él y que me volvía loca con sus melodías tan intensas y particulares, como son las que salen de un dichoso acordeón.
    Mi "Louis Armstrong" me molaba mil veces más que él otro, ojo, el acordeón también tiene su punto.
    Yo cantaba en voz baja unas voces complementarias a la suya, mientras pasaba a su lado, si me acordaba de la letra de esa canción que ahora salía de su voz profunda y negra, risueña, resonante, como con eco, cascada y limitada como cualquier vía de un metro.
    Louis Armstrong, espero que te vaya muy bien, que sigas cantando con las mismas ganas, aunque sea en un maldito pasillo que atrapa un oxígeno infinitamente respirado.

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  3. Alicia, gracias, es un precioso relato. Jajaja, pero es mi blog :-)
    Gracias por los cuentos zen..

    MG, gracias, sí el curso me gustó...demasiado. Creo que no pesnaré en otra cosa durante mucho tiempo.

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  4. Marta, perdón! No quiero convertirme en una ursurpadora de blogs!...jajaja

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