jueves, 18 de noviembre de 2010

Calor II

Oigo el sonido lejano de un despertador. Mientras, el único movimiento que hago es acercarme más a su cuerpo. Ella está de espaldas y consigo acoplarme totalmente a su cuerpo. Cada una de sus esquinas...sus rincones, sus vértices son completados y llenados por mi piel. El despertador de la habitación contigua sigue sonando. No sé cuanto tiempo ha pasado. Debí de volverme a dormir en la maniobra de acople. Comienzo a mover mis dedos sobre el contorno de su cuerpo. Muy despacio. Apenas la rozan. Hombros redondos, brazos pequeños y duros, pechos ingenuos, cintura expectante y caderas soñantes. Paro las manos en sus muslos. La funda nórdica blanca cubre nuestros cuerpos desnudos. Ella aún no se ha movido. El calor que desprenden nuestros cuerpos derrite el hielo de la ventana y enturbia los cristales con minúsculas gotitas de agua. Respiro el olor a flores secas de su piel.

Se escuchan algunos ruidos que provienen de la otra habitación. Ella comienza a moverse y muy despacio se gira hacia mí. Con los ojos aún cerrados me susurra y dice "hola". "Hola", suspiro en su cuello. Ella es la que comienza esta vez el acople corporal. Ahora nuestros pechos se rozan y buscan el hueco que les pertenece. Nos rodeamos con los brazos y las piernas. Emitimos placenteros ronroneos cada vez que realizamos un movimiento de ajuste más perfecto. Existe, lo sabemos, el ajuste perfecto. Y lo buscamos sin prisa. Disfrutando cada prueba. Así mejor. Si mi mano roza su cabello. Si sube su pierna hasta mi rodilla. Si mi cabeza reposa más sobre su pecho. O si un poquito más de lado. Besos sobre su cara. Mi espalda en caricias.  

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